Sigue la araña cantando
viejos salmos madrugados,
desde su tela viscosa
con que enmaraña sueños.
Sigue el zumbido terco,
la antropofagia voraz
de las mentes blancas
con que alimenta sus rabias,
su despecho arcano
bañado en néctares agrios
que liba de las flores albas,
inmunes ya al veneno
que sintetizan como propio.
En el centro de la malla,
borrando rostros de libélula,
tornando la inocencia en hiel
ácida al sol,
corrosiva a la noche.
El crustáceo no cesa
en el tejer vileza.
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