Sin escamas
de piel ajena
en las yemas,
sólo pelusa
de cobertor proscrito,
sólo aroma de ausencia
y el sonido
monocorde
de respuestas
concisas,
obligadas
por no callar,
sin reproche
mas sin afán.
Latentes odios,
flotando en platos fríos
sobre el mantel.
Migajas rancias
a mesa puesta
y un vaso
lleno de ecos.
Qué fue
de lo que fue
y se ha ido,
en fuga a presión
de olla quemada.
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